No dejo de oír esa frase en toda acción en que se participa, o se compite o que simplemente se hace por razones simples. Te lo dicen para sacarte el jugo, para motivarte, explotarte, aprovecharse de ti, presionarte, etc... Pero al final, cuándo no damos lo mejor de nosotros.
Sería bastante penca que en algo que nos gusta no lo diéramos todo, y pasa muchas veces, pero no por voluntad nuestra, ni porque no queramos entregarnos por completo a la tarea. La vida tiene tantos factores que al final, seamos conscientes de ello o no, nos van quitando parte de nuestra fuerza, como si fuéramos un trozo de pizza dividido por las circunstancias.
Y es que, tomando las palabras que alguna vez fueron imaginadas para Bilbo Bolsón, nos sentimos como mantequilla embarrada sobre demasiado pan. Terminamos agotándonos a medio camino de las muchas cosas que tenemos que hacer, de lo poco que tenemos para quienes queremos y lo que queremos hacer. ¿qué cresta son esas cosas tan importantes que nos sacan de lo que queremos y nos meten en lo que tenemos que hacer?
De todas maneras parece, que cuando se ve de afuera, notan a una persona esforzada, dedicada, posiblemente exitosa, pero lo que hay que preguntarse es si es feliz así. Hay que detenerse un poco y pensar qué sentido tiene hacer las cosas, o qué uno obtiene al final de realizarlas, si vale la pena el esfuerzo, si seremos felices durante y después de atravesar esos momentos, momentos que después serán nuestros recuerdos y que, con algo de suerte, serán las historias que contaremos a los demás antes de partir.