Siempre he escuchado que las oportunidades sólo se dan una vez y que hay que aprovecharlas, pero nunca he hecho caso o quizá nunca me doy cuenta que se me está pasando algo, que perderé esa opción. Esta entrada tiene mis ejemplos de por qué siempre hay que tomar lo que nos vaya dando la vida, tiene mis experiencias sobre no ver lo que se tiene en el presente inmediato y de cómo los miedos frenan las buenas ocasiones.
Cuando uno es pequeño no toma muchas decisiones, es la etapa más cómoda de la vida, se es joven para hacer de todo y se tienen tan pocas responsabilidades que uno de verdad lo disfruta. Es así como me metieron al Instituto Nacional, colegio que de una vez por todas me hizo madurar, de a poco, pero lo logró, me quitó esa actitud de pollito que tenía frente al mundo.
Es ahí donde me ofrecieron tomar un curso de programación, gratis, gracias a mis notas y a mis intereses en computación, el cuál rechacé por tener miedo a no tener tiempo, por temor a fallar. Ni idea que me podría haber servido para pasar de mejor manera mis cursos en la universidad, ahora que estoy en Ingeniería Civil Computación. Tampoco suponía que sería útil para tener una mejor práctica o incluso para ganar un poco de dinero trabajando en lo que me gustaba y estudiaba y no de goma en canal 13 (aunque de todas maneras fue muy buena experiencia).
Qué decir de mis experiencias con las mujeres, desde 7mo, cuando hacían esos típicos intercambios de cartas, me llegaban hojas de papel escritas por alguna niña del Liceo 1 o del Carmela Carvajal, pero que rechazaba también por miedo, ya ni me acuerdo a qué, a pesar de que era sólo un juego, las primeras aproximaciones. Luego cuando me hablaban yo me hacía el loco, me daba vergüenza conversar con mujeres, no fue hasta la enseñanza media que me empecé a soltar. Para qué decir que me perdí de varias salidas y de quedar como ñoño (no es que no lo sea ahora).
Más adelante en mi vida, entré a la Universidad y tuve que buscar mi primera práctica vinieron todas mis inseguridades, no sabía cómo poder ser útil con lo que había aprendido, así que en vez de ir y preguntar en todas partes, fui y le pedí a un familiar que me metiera en una empresa que conocía. Pues llegué a ese lugar, me aceptaron pero no hice nada útil, nada que se pudiera usar, no gané nada, sólo un buen rato en las fiestas de fin de año.
Sin embargo, para mi segunda práctica aprendí mi lección y a punta de demostrar lo que valgo obtuve un muy buen trabajo, quizá no con tanta paga, pero que si valió la pena por la experiencia que gané, por los beneficios que la empresa tuvo gracias a lo que hice y principalmente por la sensación de ser útil, de generar cosas que le sirven a alguien más que uno mismo.
Luego, ya como detalle, tuve dos encuentros bastante extraños, de esos que Dios (o el azar si no cree en él) te regala sin avisarte antes, como para estar prevenido. Un día en mi viaje a casa de todas las tardes, subí al bus que me esperaba a la salida de la estación del metro y me senté como siempre en los asientos más altos, como que me gusta verlos a todos, dos amigos subieron después pero sin encontrar asientos contiguos, detrás de ellos una bella mujer de mi edad más o menos que se sentó adelante de mi con uno de los amigos, mientras el otro se sentaba al lado mio. La cosa es que seguían conversando, un poco incómodos entre las dos filas de asientos, por lo que les dije si cambiábamos de asientos para que así ellos quedaran en una misma fila y todos fueran felices, ellos aceptaron y quedé junto a la niña. Reímos los cuatro por todo el show que hicimos con el cambio de asientos, y tiramos algunas tallas. Luego afloró mi timidez, saqué unas hojas y me puse a estudiar, tenía control al otro día, era mi excusa perfecta para tranquilidad de mi conciencia. Pasó un tipo vendiendo chocolates, no le presté mayor atención, la niña al lado mio le compró uno. Lo increíble es que lo guardó hasta el momento en que bajó de la micro y me lo regaló, quedé casi en shock, no alcancé a articular una sola palabra y la perdí de vista y también de la vida. Era obvio que ese viaje estaba hecho para conversar con ella.
En otro viaje a mi casa después de una visita a una amiga, al salir del tren vi con una gran maleta a otra bella mujer, también de mi edad, a la cuál accedí a ayudar. Mientras subíamos las interminables escaleras hasta la superficie fui conversando con ella sobre el por qué de su maleta, dónde estudiaba, etc. Al llegar arriba me lo agradeció y yo partí al paradero de la micro, sin preguntarle nada más, haciéndome el noble caballero sin intenciones ocultas. Sin embargo noté cómo ella esperaba que nos hubiéramos conocido más, me quedó mirando un rato mientras caminaba hacia al paradero, total su semáforo estaba en rojo. Otra oportunidad más que dejé pasar, por timidez, miedo, simplemente por ser idiota, todas las anteriores.
En el fondo, al menos para mi, la lección es estar atento a todo lo que pasa a nuestro alrededor, no se sabe nunca lo que estamos perdiendo por el simple hecho de decirle no a estas ocasiones que nos regala Dios o el azar.
Tal vez Dios, o el azar, te pusieron esas experiencias para que en un futuro cuando realmente lo necesites no dejes pasar LA oportunidad que tendrás.
ResponderEliminarExista o no exista Dios, de eso me he dado cuenta.
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